SEXTO CONGRESO INTERNACIONAL DE MINIFICCIÓN
Y SEGUNDO CONCURSO NACIONAL DE MINICUENTO “LUIS VIDALES”
SELECCIÓN DE UN MINICUENTO DE LOS DIEZ QUE PRESENTARON AL CONCURSO EL GANADOR Y QUIENES OBTUVIERON MENCIÓN
PRIMER PUESTO:
UNO DE POLICÍAS
Rafael García Zuluaga
Serie: Inmersos en la lectura.
El mayordomo queda impresionado al leer la parte en la que se describe el lugar de los hechos: sábanas y tapetes anegados en sangre, paredes salpicadas con pedazos de vísceras y sesos, muebles rotos, papeles dispersos por doquier. Imposible, al menos para un profesional acucioso como él, permanecer de brazos cruzados ante visión tan macabra. Sigilosamente, se introduce en la escena del crimen –capítulo 13, página 89, párrafo segundo– y comienza a recoger, lavar, desmanchar, sacudir, ordenar, barrer y trapear la habitación. Culminada su agotadora labor, sale del libro y retoma la lectura de la obra:
«La puerta se abre de golpe. Dos hombres, pistola en mano, entran corriendo al lustroso e impecable cuarto:
— ¡Llegamos tarde, maldita sea! –se recrimina, entre jadeos, uno de los detectives–. ¡El limpiador en serie se nos volvió a escapar!».
SEGUNDO PUESTO: MENCIÓN
CECI
Harold Kremer
Te sentarás en el andén de la puerta de tu casa a esperar a que pase la niña Ceci y, cuando la veas, soñarás con que sea tu novia, tenerla en tu cama, y así será, pero tú aún no lo sabes, como tampoco sabes que te dará tres hijos y que no serás feliz porque tendrás una vida vertical, como un samán sembrado en el parque Cabal, y ella querrá un hombre horizontal, como un caballo, como un auto de carreras para ir siempre a todos lados. Y luego, desde la puerta de tu casa, verás salir a tu madre, a tu padre y hermanos, y sabrás que nunca más los volverás a ver, apenas en fotos, y tus amigos de colegio pasarán por la vereda de enfrente, algunos levantarán la mano para despedirse y, mientras levantas tu mano para decirles adiós, pasará un automóvil modelo 1950, color azul, veloz y brillante, último modelo, y al bajar la mano, un instante después, pasará otro auto, rojo casi fosforescente, mucho más veloz y brillante, un modelo 2010 que apenas alcanzarás a seguir con la mirada, y cuando vuelvas a mirar al frente descubrirás que la casa de paredes blancas ha desaparecido y ahora hay un edificio de diez pisos que ya no te deja ver el cielo. Y al levantarte te dolerá la espalda, te apoyarás en la pared y entrarás a tu casa vacía e irás a tu cama. Te recostarás, cerrarás los ojos y, antes de morir, te verás a ti mismo a los doce años, aquel día en que te sentaste en el andén de la puerta de tu casa a esperar a que pasara la niña Ceci.
TERCER PUESTO: MENCIÓN
EL RETRATO
Orlando Mejía Rivera
Se acercaba al medio siglo de vida, cuando un poderoso comerciante de la ciudad le solicitó pintar el retrato de su señora. Le ofreció una suma de dinero imposible de ser rechazada, a pesar de su desprecio por los alardes de los nuevos ricos. Sólo le exigió que fuera muy fiel a los rasgos de ella y que no escondiera ninguno de sus defectos. Conoció a la mujer esa misma tarde, en la sala de su mansión, y comprendió las palabras del marido. Ella, a lo mejor fue hermosa algún día remoto de su infancia, pero ahora, con unos treinta o treinta y cinco años, parecía un espectro. Su palidez era de enfermedad. Las cicatrices de la viruela, en sus mejillas, no podían ser disimuladas con las innumerables capas de maquillaje. El cabello era ralo, las cejas parecían carcomidas por el óxido, los labios eran dos tenues líneas amoratadas. Pero lo peor eran sus dientes: incompletos, grisáceos, puntiagudos como los de un pez.
Lo único bello, en ese lastimoso rostro, eran los ojos. De color miel, grandes y luminosos, penetrantes. Todos los días, durante dos años, ella posó en las tardes para él, sin atreverse a decirle nada, ni a mirar su cuadro. El marido nunca los visitó.
Finalizó con un retoque sobre una nariz bulbosa y desviada. Tensionado, por esos dos años de completo silencio, la cogió con brusquedad del brazo y la obligó a contemplar el cuadro. Ella miró con atención la perfección pictórica de esa monstruosidad. Luego fijo sus tristes ojos en los de él, y por primera vez le habló: “Esta es la culminación de su venganza. Estoy prisionera de su odio. He sido trasformada por su maldad. ¿Ni siquiera usted, maestro de maestros, ha sido capaz de verme como en verdad soy?” Sus palabras lo iluminaron de forma súbita y comprendió.
Entonces, retiró con furia el lienzo del caballete y lo pisoteó, lo desgarró y, por último, lo quemó en la chimenea de la sala. Después le pidió, con gran humildad, que volviera a posar para él. Durante otros dos años, todas las tardes, la señora Lisa de Giocondo fue la modelo agradecida del pintor Leonardo Da Vinci. Al maestro no le importó que el marido furibundo no le pagara el cuadro. La enigmática sonrisa de ella nació del secreto cómplice que ambos se llevaron a la tumba.
CUARTO PUESTO: MENCIÓN
POR PURA PASIÓN
Antonio José Silvera Arenas
Pedro Penagos, pintor prodigioso, pintó pulcras piezas por Paola Pedernal. Preciosa princesa: portentosos pechos, piernas pulidas, pura piel. Para paliar, pelear, padecer prisiones.
Pero Paola Pedernal portaba piedras: peces plateados, pompones pomposos, plásticos pinos, propiciamente pincelados por Pedro, percibió Paola, planos, pírricos.
—Pero, Paola —porfió Pedro— pinté paisajes plácidos, pensé puros porvenires, para presentártelos plenos.
Paola profirió, punzante:
—Penagos, pobre Penagos, puedes pintar, pulir, prever, pero pagas poco. ¡Piérdete!
Pasaron primaveras, pájaros partieron. Paisajes pluviales plagaron próximas piezas pintadas, plasmaban penas profundas.
“¿Por qué padezco?”, preguntábase Pedro, pesaroso. Perdió paciencia: pulverizó pinceles, paleta, pliegos. Pegose plomo para plenilunio.
Paola Pedernal penas pasó posteriormente. Púsose pálida, pobre, parca. Por pura pasión pereció.
35.- Marcela Serrano - A vuelo de pájaro
Hace 2 días
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