Bienvenida

Los organizadores del VI Congreso Internacional de Minificción dan la bienvenida a los internautas e interesados en el tema y les invitan cordialmente a participar en este evento que evaluará el desarrollo actual de la minificción. El congreso tendrá lugar en el Centro de Eventos de la Biblioteca "Luis Ángel Arango" ubicado en la Calle 11 Nº 4-14 los días 13, 14 y 15 de octubre de 2010 en Bogotá, Colombia.


Grupo HIMINI

Presentación

Ubicados en el espacio discursivo de lo vertiginoso, es decir en el horizonte de la escritura breve, las personas, grupos de investigación e instituciones que de alguna manera hemos tenido que ver con su creación, difusión y estudio en Colombia, hemos unido esfuerzos con el propósito de organizar el VI Congreso Internacional de Minificción con sede en Bogotá Colombia, para responder al interés que la minificción ha despertado entre diversos creadores y estudiosos a nivel nacional e internacional.

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viernes, 4 de septiembre de 2009

Antología de minificciones

Argentina

¡Arriad el foque!
Ana María Shua

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.


Amor I
Raúl Brasca

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.


Amor II
Raúl Brasca

Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ardor.

Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.


La cosa
Luisa Valenzuela

Él, que pasaremos a llamar sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino) que como es natural llamaremos el objeto, se encontraron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comienzos y por otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puente sea tendido y los abismos franqueados.

Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá –con un poco de suerte- se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron objeto –objeto de palabras abusivas, objeto del comentario crítico de los otros que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido. Fue ella un objeto que no objetó para nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas más tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. Carne dentro de su carne, lo de siempre.

La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. El objeto asumió de inmediato –casi instantáneamente- la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Deslizamiento de sujeto y objeto en el mismo sentido, confundidos si se nos permite la paradoja.


El olor del Cielo
María Rosa Lojo

Un día por año, durante una hora, es posible abrir la puerta del Cielo. El único requisito es estar atento para percibir el resplandor muy leve que dibuja en la pared de enfrente los contornos delicados y precisos de una puerta.

Hay que empujarla con las dos manos y apoyar después todo el cuerpo, suavemente. Se sabe que uno ha entrado sólo por el olor del Cielo, que es peculiar e inolvidable y no se parece a ninguno de los olores de la Tierra, ni siquiera al jazmín del Cabo o a la algalia, o al clavel o a las rosas de Cádiz, o al almizcle.

No es posible recordar nada más porque el olor del Cielo marea y desmaya, confunde y oblitera todos los otros sentidos. Nadie puede relatar, por tanto, su visita al Cielo, porque su único recuerdo es un olor, y éste es indescriptible, e imperceptible para todos los demás seres humanos. Pero sí puede presentar la prueba, porque detrás del visitante se alinean los gatos y olfatean con adoración al que regresa del Cielo y maúllan, despechados, a la Luna que nunca baja, que siempre está demasiado lejos para olerla.



Venezuela

El hombre invisible
Gabriel Jiménez Emán

Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.


El sueño del roc
Wilfredo Machado

Hoy, un animal intentó violarme mientras dormía. Pude escuchar sus pasos silenciosos cuando se acercó al borde de la cama y se abalanzó en un torbellino de plumas sobre mi cuerpo. En un principio pensé en la posibilidad de estar inmerso en un sueño, y que bastaría con abrir los ojos para hallarme de nuevo en la seguridad de la habitación, hasta que sentí un fuerte picotazo en la lengua y comencé a ahogarme con mi propia sangre.

Aquello intentaba chuparme mis entrañas. Olía a gallina muerta. En la oscuridad aquel extraño animal me lanzaba furiosos picotazos en el rostro, que yo esquivaba más por instinto que por certeza. Un nuevo golpe rasgó la almohada. Sentía los brazos y el pecho cubiertos de sangre. Podía sentir su respiración y el mal aliento de la muerte flotando a un palmo de mi nariz. Continuamos luchando como dos gladiadores ciegos, hasta que –a través de un fuerte golpe– logré sacarle cierta ventaja a mi feroz oponente. Entonces huyó por la puerta en dirección a la cubierta, donde se escucharon los gritos y ruidos de armas. El animal rodó, herido de muerte, por la escalera como un muñeco. Luego lanzó un grito en la oscuridad y se derrumbó sin vida. A la luz de las antorchas vimos al pequeño gorrión con los ojos inyectados en sangre. Su apariencia no era ya tan temible.



Uruguay

La guerra
Eduardo Galeano

Al amanecer, el llamado del cuerno anunció, desde la montaña, que era la hora de los arcos y las cerbatanas.

Cayó la noche sobre el valle. De la aldea no quedaba nada más que humo, cenizas y cadáveres.
Un hombre pudo tumbarse, inmóvil, entre los muertos. Untó su cuerpo con sangre y esperó. Fue el único sobreviviente de los palawiyang.

Cuando los enemigos se retiraron, ese hombre se levantó. Contempló su mundo arrasado. Caminó por entre la gente que había compartido con él el hambre y la comida. Buscó en vano alguna persona o cosa que no hubiese sido aniquilada. Ese espantoso silencio lo aturdía. Lo mareaba el olor del incendio y la sangre.

Sintió asco de estar vivo y volvió a echarse entre los suyos.

Con las primeras luces, llegaron los buitres. En ese hombre sólo había niebla y ganas de dormir y dejarse devorar.

Pero la hija del cóndor se abrió entre los pajarracos que volaban en círculos. Batió recia las alas y se lanzó en picada.

Él se agarró de sus patas y la hija del cóndor lo llevó lejos.



Bolivia

Escritor suicida
Víctor Montoya

Esa mañana tomé la decisión de algo que tenía pensado desde hace tiempo: quitarme la vida a las doce en punto del mediodía.

Me senté en la silla del escritorio y concluí el último capítulo de mi novela, que me requirió diez años de acopio de documentos y otros tantos años de trabajo obsesivo. Cuando puse el punto final, sentí que mi vida se vació como el tintero, y con la firme decisión de enfrentarme a la muerte, que me sonreía desde el otro lado de la vida, abrí el último cajón del escritorio, donde estaba el revólver de cachas negras, cañón de metal bruñido y cilindro giratorio, cuya recámara múltiple tenía un solo cartucho en el eje, listo para ser vaciado de un tiro. Por un instante contemplé la maravilla y el peligro de ese arma que me regaló mi padre la noche en que ocurrió ese suceso que iba a cambiar el curso de mi vida.

Levanté el revólver, alargué el brazo y, poniendo el ojo en el punto de mira, la paseé por el cuarto; pero donde ponía la mirada, mi alma no encontraba más que un vertiginoso abismo de soledad y desesperanza. Entonces, abandonado de mí mismo, recogí el brazo y puse la boca del cañón contra mi sien. Quité el disparador, apreté el gatillo y... ¡PUM!!!... El impacto fue tan fuerte que, luego de sacudirme en el aire, me tumbó boca arriba. La sangre saltó a raudales y el olor de la pólvora impregnó el cuarto, ese cuarto que tenía el techo bajo y las paredes atestadas de libros, una puerta que daba a la calle y una ventanilla por donde se calaba un aire tan frío como la muerte.

Pasó el tiempo y nadie indagó por el vacío que dejó mi ausencia, hasta que la policía me encontró tumbado en medio de un círculo de sangre seca, los sesos destapados y el revólver todavía en la mano, el cuerpo deformado por la obesidad y la barba apelmazada donde los bichos hicieron su madriguera.

La policía, sin salir del estupor, constató que yo, en mi condición de escritor suicida, había dejado un montón de papeles sobre el escritorio y una nota que decía: N
adie llore sobre mi cadáver ni deposite flores en mi tumba. Todos sepan que murió un hombre que no pudo encontrar la felicidad sino a través de la muerte...

Cuando la noticia saltó a la prensa:
Escritor suicida se quitó la vida a las doce en punto del mediodía..., los lectores se enteraron de que el protagonista de mi novela, hecho de realidad y fantasía, tuvo un desenlace más feliz que mi vida.



Guatemala

Poeta
Max Araujo

Su primer poemario, por el que recibiría muchos honores, acaba de salir de la imprenta. Comenzó a pensar, contrajo con hastío su boca y se echó a andar. Doce, trece, quince años. Exactamente no sabía cuándo fue que se convirtió en poeta. Vio su traje que fue azul. Tenía hambre, metió sus manos en los bolsillos del pantalón y tentó. Afanoso buscaba un par de monedas. De pronto se le ocurrió una idea y empezó a reír. Se detuvo, se sentó en la banqueta, y hoja por hoja se lo fue comiendo y la noche se fue también comiendo el día.



México

La elefantasma
Luis Felipe Hernández

Deambula por los circos que tanta gloria le dieron. Sus orejas, semejantes al celofán en transparencia, son enormes al igual que la trompa balanceante con la cual va recogiendo memorias y recuerdos: ya sea de la ocasión en que hizo la danza de los siete velos en el Ringling, ya de la vez de su salto a doble altura desde un trapecio del Barnum; ya del fatídico, último resbalón que dio en la cuerda floja del Atayde.

A la elefantasma no le molestan las nuevas generaciones que tratan de emularla con torpeza. Ella simplemente les observa desde una grada -siempre de tipo preferente- y meneando la cabeza desaprueba un titubeo, un error en el ritmo de la rutina, un movimiento innecesario.

Saciada una vez que está de memorias, lo único que la estrella sigue deplorando con añoranza, y antojo cada vez menor, es que los cacahuates carezcan de ánima.



Colombia

El combate
Harold Kremer

Fue en la guerra de los Mil Días. Raúl Sánchez, con una bala en el estómago, caminó durante tres días y tres noches. Se arrastró por montes y selvas hasta llegar a Buga. Entró a su casa, besó a su madre, a sus hermanas y se desmayó. A los dos días despertó. Vio a sus compañeros de guerra y preguntó por su madre y sus hermanas. Nadie le respondió. Preguntó por qué estaba allí en el campo de batalla. Le respondieron la verdad: iba a morir. Le dieron un calmante y volvió a dormir. Al despertar se encontró en su casa. Preguntó por sus compañeros. “Cuando ibas a partir a la guerra caíste enfermo”, le dijo su madre. Raúl cerró los ojos y murió.


Decepción
Carmen Cecilia Suárez

A Pepe González Concha In Memoriam

Fueron muchas las tardes en las que él recorrió los pasillos de la Catedral, buscando el momento del día y el sitio exacto, en que la luz fuera más bella. Durante horas escuchó las mejores melodías para escoger una que transmitiera la intensidad de su sentimiento. Luego seleccionó entre miles la flor y el estuche que llevarían su ofrenda: el anillo de compromiso.

Ese día, ella no vio la rosa fresca de Castilla con su amarilla palidez, ni el rayo de luz que los bañaba al penetrar por los vitrales; ni sintió la suave textura del estuche púrpura, ni escuchó a Bach en el antiguo órgano del coro. Sólo dijo: !Qué diamante tan maravilloso!

Él nunca se casó con ella.


Arte poética
Guillermo Bustamante

El libro acababa de comenzar; le faltaban todavía como mil páginas. De tal manera, si desobedecía las órdenes de fabricar un arca e introducir en ella a su familia y muestras de todas las especies de animales, Dios no podría cumplir su amenaza de diluvio, pues ¿cómo iba a terminar el libro?, ¿con quienes?

Ante esto, Dios inventó otro personaje, a quien bautizó Noé. Como no le surtió de una mente tan perspicaz como la del personaje anterior, cumplió las órdenes a cabalidad y por eso alcanzó a perdurar en un volumen conocido hoy ampliamente, gracias al alto número de traducciones y ediciones de las que ha sido objeto.


El origen de los sabios
Nana Rodríguez Romero

Cuenta la historia popular que Set, hijo de Adán, trajo semillas del árbol del paraíso y las plantó en la boca de Adán cuando éste murió.

Poco después, el árbol que brotó de sus entrañas dio frutos que al ser comidos por algunos seres, ya no supieron distinguir entre lo que es el bien y lo que es el mal.

De allí se originó esa extraña raza que hoy conocemos como sabios.

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